El día 8 de octubre de 2008 escribí un poema, dedicado al 11-M, que, recitado por mí en diferentes tertulias literarias de Madrid, provocó mi expulsión de la que tiene lugar en el Círculo de Bellas Artes. Lo publico ahora en esta tribuna, precedido de las palabras que le sirven de preámbulo, para que se tenga idea clara del grado de persecución a que se ve sometida, en ciertos ambientes culturales, la libertad de expresión.

Dos días después de aquel terrible 11 de marzo, muchos formaron rebaño, en plena jornada de reflexión, para exigir al Gobierno la verdad de lo ocurrido. Me pregunto dónde están hoy. El día 11 de cada mes, unos llamados Peones Negros, que, de verdad, quieren saber quiénes se encuentran detrás de aquella matanza, acuden a la estación de Atocha, con ánimo de honrar a las víctimas de tan tremendo atentado. En ellos pensaba cuando, en octubre de 2008, escribí estos versos. Me encantaría tener la oportunidad de recitárselos a Zapatero; pero no a solas, sino en un abarrotado Congreso de los Diputados, ante mil cámaras de televisión, en nombre de las víctimas del 11-M.


Fernando Lago

Poema dedicado al 11-M

miércoles, 23 de febrero de 2011

Cocido socialista

     
   
   Anoche se me apareció en sueños la trágica realidad de España.
  Conducía un potente automóvil -yo, que no tengo coche- por una larga recta que discurría sobre la extensa llanura castellana. A lo lejos, agrandándose, a ojos vistas, con la velocidad vertiginosa del Ferrari, se levantaba un enorme edificio solitario, que me pareció gigantesco cuando me detuve frente a él. Llamaba la atención, a pleno sol del mediodía, el ostentoso derroche de luz artificial que lo envolvía. Un cartel multicolor, de letras descomunales, proclamaba, con orgullo, "Cien años de honradez". Entré con el Ferrari por una ventana que Morfeo me abrió, y me vi, de buenas a primeras, en la fiesta de proclamación de candidatos del Partido Socialista, al Congreso de los Diputados. Dentro de una olla inmensa de barro, como si se tratara de una piscina, flotaban y chapoteaban todos los militantes del partido que fundara Pablo Iglesias. Diferentes cadenas de radio y televisión, llegadas de medio mundo, retransmitían en directo tan importante acontecimiento.
  El espectáculo que se ofrecía a mis ojos resultaba nauseabundo. En la superficie de un líquido verde orina, que casi colmaba la olla, flotando entre cabezas de sonrientes rostros, aparecía una cantidad ingente de excremento, que veinte años de socialismo habían dejado en ella. En medio de la general satisfacción, rebozados todos ellos en su propia mierda, eran perfectamente reconocibles, entre miles de bañistas, Felipe González y Rubalcaba, Pedro Solbes, Manuel Chaves y Zapatero. De vez en cuando, se sumergían en aquellas aguas fecales, y salían a flote, poco después, llevando sobre sus cabezas, a modo de grotescas boinas, restos de la masa excrementicia de los GAL, de Filesa o de los ERE de Andalucía. Todos, disfrutando en aquel líquido infecto, mostraban su inmensa alegría a las cámaras, la enorme felicidad de cocerse en su propia salsa. Un corresponsal extranjero llegó a decir que los veía en su elemento natural. Rubalcaba, que era el más dispuesto a practicar el buceo, volvió, en una ocasión, a la superficie, con un peluquín inmundo de mierda del 11-M.
   Afortunadamente, todo quedó en un sueño disparatado que, por desgracia, jamás contará con un Freud capaz de interpretarlo.

Barlovento Maciñeira      

      
     

2 comentarios:

  1. Y aunque estén con la porquería hasta el cuello, ni la ven, ni la huelen, ni reconocen sus mangoneos, no sé si convencidos de que lo están haciendo fenomenal (no hay peor sordo que el que no quiere oír) o convencidos de que los ciudadanos somos imbéciles. Yo creo que una mezcla de ambas cosas.

    ResponderEliminar
  2. Disculpa mi tardanza en contestarte, Trecce, debida, como puedes suponer, no a desinterés por lo que dices, sino a lo muy liado que ando últimamente. Tienes razón. Y, en cualquiera de los dos casos que apuntas, debemos hacerles ver que se han instalado cómodamente en la inmundicia.
    Barlovento Maciñeira

    ResponderEliminar