El día 8 de octubre de 2008 escribí un poema, dedicado al 11-M, que, recitado por mí en diferentes tertulias literarias de Madrid, provocó mi expulsión de la que tiene lugar en el Círculo de Bellas Artes. Lo publico ahora en esta tribuna, precedido de las palabras que le sirven de preámbulo, para que se tenga idea clara del grado de persecución a que se ve sometida, en ciertos ambientes culturales, la libertad de expresión.

Dos días después de aquel terrible 11 de marzo, muchos formaron rebaño, en plena jornada de reflexión, para exigir al Gobierno la verdad de lo ocurrido. Me pregunto dónde están hoy. El día 11 de cada mes, unos llamados Peones Negros, que, de verdad, quieren saber quiénes se encuentran detrás de aquella matanza, acuden a la estación de Atocha, con ánimo de honrar a las víctimas de tan tremendo atentado. En ellos pensaba cuando, en octubre de 2008, escribí estos versos. Me encantaría tener la oportunidad de recitárselos a Zapatero; pero no a solas, sino en un abarrotado Congreso de los Diputados, ante mil cámaras de televisión, en nombre de las víctimas del 11-M.


Fernando Lago

Poema dedicado al 11-M

jueves, 30 de junio de 2016

A orillas del Pisuerga



          He vuelto a verme con mi yerno. Desde que mi hija se divorció de él, mantenemos una buena relación cordial. Es médico, y, actualmente, dirige el Hospital Psiquiátrico de Sotillos del Río Pisuerga. Acudí a su despacho, para conocer el estado mental de uno de sus pacientes, nieto de un gran amigo mío.
         Al despedirnos, en una zona sombreada del jardín, descubrí, entre dos árboles, un edificio de madera, de dos plantas, del tamaño de la caseta de un perro, sobre cuya entrada principal podía leerse "Presidencia del Gobierno". Ante la puerta, un enano de unos cuarenta años, vestido con lo que parecía el uniforme descompuesto de un general español, de mediados del siglo XIX, me observaba, con enorme curiosidad. Mi yerno me lo aclaró todo. Se trataba de Sánchez, el enfermo más notable del manicomio, que se creía Presidente del Gobierno. A Sánchez se le veía poco, porque sus graves ocupaciones no le permitían salir de su esplendoroso palacio. Pero, cada mañana, Sánchez convocaba elecciones generales, entre los demás locos, que se celebraban por la tarde, y que Sánchez ganaba siempre, por mayoría absoluta.
          De regreso a Madrid, en medio de la ardiente meseta castellana, recordé las últimas palabras pronunciadas por mi yerno. Cuando el enano Sánchez ve al verdadero Presidente del Gobierno, en la pantalla del televisor, se enfurece, y da las órdenes precisas: ¡Detengan a ese loco peligroso que se ha fugado! ¡Vuelvan a encerrarlo en el Manicomio de La Moncloa, y pónganle la camisa de fuerza!
        Sentí un gran alivio, al comprobar que la velocidad del coche me alejaba, rápidamente, del mundo de extrema locura, en que la vida del enano Sánchez transcurre.

Tío Chinto de Couzadoiro

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