El día 8 de octubre de 2008 escribí un poema, dedicado al 11-M, que, recitado por mí en diferentes tertulias literarias de Madrid, provocó mi expulsión de la que tiene lugar en el Círculo de Bellas Artes. Lo publico ahora en esta tribuna, precedido de las palabras que le sirven de preámbulo, para que se tenga idea clara del grado de persecución a que se ve sometida, en ciertos ambientes culturales, la libertad de expresión.

Dos días después de aquel terrible 11 de marzo, muchos formaron rebaño, en plena jornada de reflexión, para exigir al Gobierno la verdad de lo ocurrido. Me pregunto dónde están hoy. El día 11 de cada mes, unos llamados Peones Negros, que, de verdad, quieren saber quiénes se encuentran detrás de aquella matanza, acuden a la estación de Atocha, con ánimo de honrar a las víctimas de tan tremendo atentado. En ellos pensaba cuando, en octubre de 2008, escribí estos versos. Me encantaría tener la oportunidad de recitárselos a Zapatero; pero no a solas, sino en un abarrotado Congreso de los Diputados, ante mil cámaras de televisión, en nombre de las víctimas del 11-M.


Fernando Lago

Poema dedicado al 11-M

miércoles, 27 de julio de 2016

La religión del odio



     El infame acto terrorista se cometió ayer, en una iglesia de Normandía, mientras un viejo sacerdote, de 86 años, celebraba la Sagrada Eucaristía. Dos individuos degollaron al anciano, a la vista de todos los fieles, y nos dejaron, como macabra propaganda, la grabación de su repugnante crimen.
     Estamos en guerra, y algunos, al parecer, no lo saben. Nos la declararon, hace tiempo, los que deben ser llamados Asesinos del Islam. Se encuentran entre nosotros, esparcidos por el mundo occidental, y nuestros gobernantes no dan muestras convincentes de estar dispuestos a responder, de manera contundente, a su continua provocación.
     Los Asesinos del Islam se creen en posesión del único dios verdadero, y tratan de imponerlo, por la fuerza de las armas, a los que consideran infieles. Ante esta realidad, ¿qué hacer? Cualquier cosa, menos ponernos de rodillas. Porque, si lo hacemos, nos degollarán muy fácilmente.

Tío Chinto de Couzadoiro

martes, 26 de julio de 2016

Por tierras de Galicia



    Acabo de regresar a Madrid, después de varios días de navegación costera, a bordo del milenario buque de piedra que conforma la Sierra de la Capelada. El puente de tan imponente buque se encuentra en la Vigía Herbeira, situada sobre los acantilados más elevados de la Europa continental, y la proa, en el mismo Cabo Ortegal, corta con precisión las aguas, dejando, por estribor, el Cantábrico, y el Atlántico, por babor. La rosa de los vientos, fuera del puente, se halla, desde tiempo inmemorial, a popa, en el Santuario de San Andrés de Teixido, adonde va, según añeja tradición, de muerto, quien no fue de vivo.
   Una mañana de muy difícil navegación, con la proa del Ortegal tratando de abrirse camino, en medio del embravecido mar, se me reveló, en presencia de los numerosos peregrinos invisibles que, llegados del más allá, abarrotaban la ermita de San Andrés, el auténtico ser de la España contemporánea, bajo la forma de un galeón gigantesco, varado en una playa del viejo continente, que, escorado de babor, duerme, imperturbable, el sueño profundo de su pasado glorioso.

Tío Chinto de Couzadoiro