El día 8 de octubre de 2008 escribí un poema, dedicado al 11-M, que, recitado por mí en diferentes tertulias literarias de Madrid, provocó mi expulsión de la que tiene lugar en el Círculo de Bellas Artes. Lo publico ahora en esta tribuna, precedido de las palabras que le sirven de preámbulo, para que se tenga idea clara del grado de persecución a que se ve sometida, en ciertos ambientes culturales, la libertad de expresión.

Dos días después de aquel terrible 11 de marzo, muchos formaron rebaño, en plena jornada de reflexión, para exigir al Gobierno la verdad de lo ocurrido. Me pregunto dónde están hoy. El día 11 de cada mes, unos llamados Peones Negros, que, de verdad, quieren saber quiénes se encuentran detrás de aquella matanza, acuden a la estación de Atocha, con ánimo de honrar a las víctimas de tan tremendo atentado. En ellos pensaba cuando, en octubre de 2008, escribí estos versos. Me encantaría tener la oportunidad de recitárselos a Zapatero; pero no a solas, sino en un abarrotado Congreso de los Diputados, ante mil cámaras de televisión, en nombre de las víctimas del 11-M.


Fernando Lago

Poema dedicado al 11-M

lunes, 28 de febrero de 2011

Caminito de la trena


Por lo que cuentan de ti,
si un día cantas a tono
en jaula de colibrí,
acuérdate, Pepe Bono,
del juego del pirulí:
ponte en decúbito prono,
y que te den por allí.

Lajo Demos

14 de noviembre de 2010



Es Gobierno de ladrones.
Pero sólo una ministra ladra.

Don Anónimo Pasquín



     El pueblo español se desangra hoy, por la herida de la economía, como consecuencia de la política desacertada de un Gobierno incompetente. El desempleo alcanza unas cifras alarmantes. La nación se encuentra al borde del colapso. Pese a ello, en medio de tanta penuria, el Senado se permite el despilfarro de 12.000 euros, en cada sesión plenaria, para que sus componentes dispongan de un servicio de traducción simultánea.
     Viendo por televisión las imágenes del pleno inaugural, con los senadores, provistos de auriculares, ridículamente circunspectos, pensé que podría tratarse de una sesión del juicio de Nuremberg. Pronto advertí mi error. Aquello no era más que una reunión de individuos, españoles todos, que, despreciando la universal lengua común, hablada por todos ellos, se dirigían unos a otros en gallego, vascuence o catalán. Por un momento, estuve tentado de aplicarles el calificativo de retrasados mentales. 
     No cabe duda de que en el Senado, como en Nuremberg, se sientan delincuentes nada vulgares. Aunque no vayan a ser juzgados.

Pelargonio do Peiral

    "Debo toda mi prosperidad al hecho incuestionable de encontrarse la república en manos de incompetentes y sinvergüenzas."
      (Paupérrimus de Solemnitatis)    


viernes, 25 de febrero de 2011

Apoteosis


Vida oculta de Pepiño Blanco
(Capítulo 5)


     La llegada de Pepiño Blanco al pazo de San Damián de Lamacido, poco después de su bautizo, fue algo inenarrable. Al menos para mí, que, por no haber sido agraciado con el don divino de expresar lo grandioso, lo épico, no encuentro palabras para ello. Así que, como no doy con ellas, dejo ya de buscarlas, y, muy a mi pesar, echo mano del pobre lenguaje que los dioses me concedieron, porque haría falta un Dante -¡qué digo un Dante, un Homero!- para cantar la grandeza de aquel momento.
     Doña Amalia de Andrade Sotomayor y Lourido de Braganza vio en Pepiño, al término del bautizo, un santo, más que un cristiano, y ordenó, con el consentimiento del cura -bien untado por la mano pródiga del marqués-, que se le tributara la debida veneración. A tal efecto, Pepiño, que aún no andaba, fue puesto en un tacatá, y llevado en andas desde la iglesia parroquial de San Damián de Lamacido hasta el pazo de los marqueses. La procesión, concurridísima, contó con el apoyo mediático del corresponsal de "La Voz de Ortigueira", semanario comarcal que, días después, con su estilo inimitable, dio amplia noticia de tan insólito acontecimiento. Quisiera, amable lector, que la Divina Providencia te abriera los ojos de la fantasía para que vieras, en todo su esplendor, la grandiosidad que mi humilde pluma no logra transmitirte. Sólo así podrás vivir, siquiera por un momento, la apoteosis de Pepiño Blanco, que, erguido dentro del tacatá, llevado en andas por cuatro parroquianos al frente de una larga procesión, iba camino del pazo, dando tumbos, como la imagen de cualquier santo, por enfangadas "corredoiras". El cura, que había hecho cristiano a Pepiño, dirigía solemnes cánticos de alabanza, acompañados musicalmente por un grupo de seis gaitas, un bombo y un tambor. Las mujeres llevaban escapularios y estandartes; los hombres, velones apagados, que habían salido encendidos de la iglesia. Pepiño Blanco, que, con el agua bautismal, había pescado una buena cagalera, consiguió que la procesión llegara al pazo, envuelta en olor de santidad. 

Tío Chinto de Couzadoiro

Enlace al Capítulo 6:   El acróbata Pepiño
Enlace a "Vida oculta de Pepiño Blanco":   Los 39 primeros   
     

miércoles, 23 de febrero de 2011

Cocido socialista

     
   
   Anoche se me apareció en sueños la trágica realidad de España.
  Conducía un potente automóvil -yo, que no tengo coche- por una larga recta que discurría sobre la extensa llanura castellana. A lo lejos, agrandándose, a ojos vistas, con la velocidad vertiginosa del Ferrari, se levantaba un enorme edificio solitario, que me pareció gigantesco cuando me detuve frente a él. Llamaba la atención, a pleno sol del mediodía, el ostentoso derroche de luz artificial que lo envolvía. Un cartel multicolor, de letras descomunales, proclamaba, con orgullo, "Cien años de honradez". Entré con el Ferrari por una ventana que Morfeo me abrió, y me vi, de buenas a primeras, en la fiesta de proclamación de candidatos del Partido Socialista, al Congreso de los Diputados. Dentro de una olla inmensa de barro, como si se tratara de una piscina, flotaban y chapoteaban todos los militantes del partido que fundara Pablo Iglesias. Diferentes cadenas de radio y televisión, llegadas de medio mundo, retransmitían en directo tan importante acontecimiento.
  El espectáculo que se ofrecía a mis ojos resultaba nauseabundo. En la superficie de un líquido verde orina, que casi colmaba la olla, flotando entre cabezas de sonrientes rostros, aparecía una cantidad ingente de excremento, que veinte años de socialismo habían dejado en ella. En medio de la general satisfacción, rebozados todos ellos en su propia mierda, eran perfectamente reconocibles, entre miles de bañistas, Felipe González y Rubalcaba, Pedro Solbes, Manuel Chaves y Zapatero. De vez en cuando, se sumergían en aquellas aguas fecales, y salían a flote, poco después, llevando sobre sus cabezas, a modo de grotescas boinas, restos de la masa excrementicia de los GAL, de Filesa o de los ERE de Andalucía. Todos, disfrutando en aquel líquido infecto, mostraban su inmensa alegría a las cámaras, la enorme felicidad de cocerse en su propia salsa. Un corresponsal extranjero llegó a decir que los veía en su elemento natural. Rubalcaba, que era el más dispuesto a practicar el buceo, volvió, en una ocasión, a la superficie, con un peluquín inmundo de mierda del 11-M.
   Afortunadamente, todo quedó en un sueño disparatado que, por desgracia, jamás contará con un Freud capaz de interpretarlo.

Barlovento Maciñeira      

      
     

lunes, 21 de febrero de 2011

Pobre hombre


En esta vulgar nación
-despropósito supremo-
Zapatero va al timón
cuando, con toda razón,
debiera llevar el remo.

Lajo Demos

30 de abril de 2009



El destino natural
del delincuente es la cárcel,
no la Presidencia del Gobierno.

Don Anónimo Pasquín



Desde hace algún tiempo, me dedico a la lectura placentera del último libro de Mario Conde. Lleva por título "Los días de gloria", y se está convirtiendo, para mí, en una auténtica revelación. No de la verdad que, probablemente, contienen sus muchas páginas, sino de la maestría con que está escrito. Mario Conde ha dado a la prensa un libro, pleno de amenidad, que destaca, por su estilo, muy por encima de la plúmbea bazofia de tantos novelistas que hoy son considerados importantes. El autor tiene el don del buen narrar, que para sí quisiera algún intocable de nuestra novela actual. Me aventuro a decir por escrito que Mario Conde, caso de proponérselo, sería, en poco tiempo, un gran novelista.

Pelargonio do Peiral


     "Por no haber impedido, a su debido tiempo, la publicación del primer engendro, tenemos hoy las librerías llenas de abominables libros."
     (Pierre Henry Guillotin de la Tete)








viernes, 18 de febrero de 2011

Un apellido vulgar


Vida oculta de Pepiño Blanco
(Capítulo 4)


     La sentencia contentó, como era de esperar, a unos más que a otros. No obstante, la generosidad de don Raimundo, puesta a prueba con la compra de dos terneras en la feria de Moeche, como regalo para los padres de Pepiño, fue la lima que rebajó asperezas y armonizó pareceres. Pues, de ese modo, Pepiño Blanco entró, con general consentimiento y con todas las de la ley, en el pazo de San Damián de Lamacido, como hijo recién nacido, aunque tuviera ya siete meses, de don Raimundo de Castro Seoane y Mombeltrán de Figueroa y de doña Amalia de Andrade Sotomayor y Lourido de Braganza.
     Conviene decir, antes de referirme a la inmensa dicha que embargaba a los ancianos, don Raimundo y doña Amalia, que Pepiño no estaba bautizado ni inscrito en el Registro Civil. Esto, según el marqués, dejando a un lado la ilegalidad en que habían incurrido los padres naturales del niño, facilitaba mucho las cosas, ya que Pepiño podría hacerse cristiano con los apellidos de su rancia casa. Aquí fue decisiva, sin embargo, la opinión del párroco de San Damián de Lamacido, que contradijo a don Raimundo de Castro Seoane y Mombeltrán de Figueroa, con estas palabras preñadas de evangélica comprensión: "Permítame decirle, señor marqués, que no conviene al niño semejante ristra de apellidos, pues nada tendría de particular que, en el largo camino de la vida, perdiera algún ajo. Además, siendo pobre y de origen plebeyo, con un apellido le basta." Aceptada la opinión del cura, doña Amalia hizo saber la suya: "Démosle, entonces, el apellido Blanco, puesto que Pepiño fue diana de las bofetadas de su embrutecido padre; hizo diana, en mi ardiente corazón, el día en que, milagrosamente, entró por el ventanal de mi alcoba; y, él mismo, se ha convertido en diana de mi maternal cuidado. Y, tratándose de un varón, encuentro más apropiado llamarle Blanco que Diana."
     Y así fue, y no de otro modo, como aquel niño, no querido en su humilde hogar natural, pasó a mejor vida en el pazo de San Damián de Lamacido.

Tío Chinto de Couzadoiro

Enlace al Capítulo 5:   Apoteosis
Enlace a "Vida oculta de Pepiño Blanco":   Los 39 primeros   



miércoles, 16 de febrero de 2011

Condena de Rubalcaba


     
     Al margen de que algún día los tribunales obren en justicia, sentando en el banquillo al Ministro de Interior, el paciente pueblo español, tan ofendido por él, lo ha condenado ya, y está a punto de ajusticiarlo. Porque ejecución es, y no otra cosa, el estrangulamiento, propiciado por el pueblo, del proyecto político más ambicioso del odiado Rubalcaba: la Presidencia del Gobierno. Este infame personajillo, valorado en exceso como ministro; este químico siniestro, que en su oscuro laboratorio de alquimista, lejos de transmutar metales, convierte toda verdad en mentira, muestra ya, sobre el cadalso, la bajeza infinita de su vida miserable. Cubierto con el sambenito de la ignominia, a la vista del pueblo que, a gritos, le recuerda que es reo de alta traición, sonríe, desafiante, aunque sabe que su cuello sólo espera, como medalla postrera, por haber dado un soplo a la banda terrorista ETA, el seco golpe del hacha.
     Si alguno piensa que, en esta ficción, la muchedumbre vociferante que abarrota la plaza la componen criminales de extrema derecha, le diré que se equivoca. Quienes quieren presenciar la ejecución del Ministro de Interior son una nutrida representación del genuino pueblo español. Fácilmente se reconoce entre ellos a los votantes y seguidores del Partido Socialista, pues estos bravos caballeros, modelos acabados de ingenuidad, pueden caer en la hipocresía de negar la culpa del ministro, pero, jamás, en la estupidez de no reconocerla.
     Alfredo Pérez Rubalcaba, un hombre de cuya reconocida inteligencia me permito dudar, es el prototipo del socialista común que pretende ocultar, bajo el paño del embuste, su flagrante ineptitud. El Ministro de Interior es fruto perecedero de aquel árbol, frondoso y agusanado, de los cien años de honradez, al que no conviene acercarse, como no sea con guantes y mascarilla.

Barlovento Maciñeira       

lunes, 14 de febrero de 2011

El caso "Faisán"


Siendo faisán, no perdiz,
lo que te has comido, Alfredo,
¿por qué lo niega tu dedo,
si sabes que a mi nariz
se acerca, como un desliz,
el aroma de tu pedo,
para decirme, muy quedo,
"fui faisán, que no perdiz"?

Lajo Demos

29 de octubre de 2010



En aquel país lejano,
un saco de mierda bien trajeado
no llega jamás a Presidente del Gobierno.

Don Anónimo Pasquín


     Los nacionalistas catalanes, con el presidente Mas al frente, buscan la independencia de Cataluña. Sobre el papel, es fácil conseguirla. Quiero decir, sobre el mapa. No hace falta más que una tijera; y buen pulso, para recortar Cataluña, con cuidado de no añadirle parte del territorio de Aragón o de Valencia. Luego, bastará con pegarla en medio del océano Pacífico. De este modo, el nacionalismo catalán dejará de darnos la lata, y tomarán ejemplo el gallego y el vascongado.
     En la realidad, la cosa se complica. Porque, suponiendo que diéramos con la gigantesca cizalla que nos permitiese recortar, no ya papel, sino auténtico territorio español, Aragón se convertiría en una región con costa mediterránea, pero Cataluña se hundiría, sin remedio y para siempre, en cualquier abismo del Pacífico.

Pelargonio do Peiral

     "Cataluña es una de las regiones más hermosas de la hermosísima nación española."
     (Archiduquesa Brunilda Gertrudis de Palamós-Wurtemberg)









viernes, 11 de febrero de 2011

La sentencia


Vida oculta de Pepiño Blanco
(Capítulo 3)



     El juicio tuvo lugar, una mañana de abundante lluvia, en Santa Marta de Ortigueira. A la puerta del juzgado, se habían formado dos grupos, claramente delimitados, que se miraban, uno a otro, con recelo. En el primero, más reducido, se encontraban, elegantemente vestidos, don Raimundo de Castro  Seoane y Mombeltrán de Figueroa, marqués de San Damián de Lamacido, y su esposa, doña Amalia de Andrade Sotomayor y Lourido de Braganza, con sus parientes más próximos; en el segundo, Rosendo y Elvira, padres de Pepiño Blanco, acompañados de todos sus vecinos.
     La audiencia resultó memorable. Elvira reclamaba su derecho de sangre sobre Pepiño, al que había parido con esfuerzo y con dolor, tras nueve meses de insoportable calvario; doña Amalia de Andrade Sotomayor y Lourido de Braganza, con el decidido apoyo del párroco de San Damián de Lamacido, sostenía la realidad del milagro que se había producido, con la entrada de Pepiño por un ventanal de su dormitorio; Rosendo, padre de la criatura, amenazaba con empezar a repartir hostias; don Raimundo de Castro Seoane y Mombeltrán de Figueroa, de 74 años -dos más joven que doña Amalia-, hacía valer, para que se hiciera justicia, los cuatro kilos de percebes del Ortegal y los nueve espléndidos centollos que había dejado, como obsequio, detrás del estrado; los vecinos de Rosendo y Elvira, en fin, defendían su derecho a seguir contando con Pepiño, como inspirador certero de quinielas futbolísticas.
     El juez, un hombre menudo que, por su rostro enjuto, barbado y con quevedos, recordaba a don José María de Pereda, oyó con interés a unos y a otros, se alteró a veces, y, en ocasiones, hasta tuvo que imponer el orden en la sala, con la ayuda de la guardia civil. Pero su amor profundo a la verdad, su defensa inquebrantable de la justicia, su arraigado sentido del deber, se impusieron, por encima de todo, y, a las dos horas, dictó sentencia, en favor de don Raimundo y doña Amalia, golpeando con el mazo que, poco después, habría de servirle para dar buena cuenta de cuatro soberbios centollos.

Tío Chinto de Couzadoiro

Enlace al Capítulo 4:   Un apellido vulgar
Enlace a "Vida oculta de Pepiño Blanco":   Los 39 primeros   





miércoles, 9 de febrero de 2011

Gal, Faisán y 11-M

  

     Las estaciones ferroviarias de los atentados del 11-M constituyen tres puntos intermedios del oscuro hilo conductor que lleva, directamente, del terrorismo de estado de los GAL, al chivatazo policial del bar Faisán. Esta es la sospecha de muchos españoles, que se ve confirmada por el empeño que pone el Ministro de Interior en obstaculizar toda investigación que pueda acarrearnos el esclarecimiento de la verdad de aquellos hechos. El llamado caso Faisán tiene, entre otros imputados, como máximo responsable del criminal chivatazo, al que fuera Director General de la Policía, Víctor García Hidalgo. Pero el Ministro de Interior no se cansa de asegurar que tiene la casa en orden y en perfecto estado de limpieza.
     Don Alfredo Pérez Rubalcaba, elevado a la alta dignidad de Ministro de Interior, por la gracia de un remendón, pasa por ser, entre los suyos, el hombre más inteligente del Consejo de Ministros. Como no tengo motivos para dudarlo, voy a tratar de explicar lo que se cuece en su ministerio, de forma que, incluso él, don Alfredo, pueda llegar a entenderme. Aunque, para ello, tenga que emplear algunas palabras, españolas de pura cepa, consideradas malsonantes. Vayan, pues, mis disculpas por delante, y supongamos algo que, en principio, goza de toda improbabilidad. Una tarde, don Alfredo Pérez Rubalcaba me invita a su casa, para tomar café con él, y, mientras lo espero, sentado en un cómodo sillón de la acogedora sala, paseo la mirada a mi alrededor, tratando de formarme idea de los gustos de mi anfitrión. Todo aparece en orden. La espera, sin embargo, se alarga demasiado. Y, de repente, llega hasta mí, a través de la puerta que comunica con un interminable pasillo, el inconfundible olor a mierda humana, que, poco a poco, envuelve la estancia en una atmósfera pestilente. El sentido común, apoyado en el del olfato, me dice que alguien, a quien no veo, se ha cagado abundantemente en alguna dependencia de la casa del ministro. Así se lo hago saber a éste, cuando, por fin, aparece.
- Alguien, que no soy yo, se ha ido por la pata abajo en esta casa.
Pero don Alfredo, que, como aseguran, es muy inteligente, me responde torpemente.
- La doncella, una rumana sin papeles, acaba de poner, por descuido, un ambientador "Brisas de la Rosaleda" que lleva más de dos años caducado.

Barlovento Maciñeira          

lunes, 7 de febrero de 2011

Sindicalistas al uso



Me ofrecen muy pocas dudas
esas gentes mofletudas
que adornan los sindicatos:
en unos veo a Pilatos,
en otros descubro a Judas.

Lajo Demos

4 de julio de 2005



Siempre será grande el pueblo que no tolera
la alta traición de sus gobernantes.

Don Anónimo Pasquín




     La Iglesia conmemora, cada 28 de diciembre, la festividad de los Santos Inocentes. Buena ocasión, por tanto, aunque estemos muy lejos de esa fecha, para hacer una breve reflexión sobre la triste realidad del inocente pueblo español.
     La inocencia es una prenda graciosa que le sienta bien al niño. Alcanzada la edad de la razón, convienen al adolescente otras ropas que le permitan la entrada en la madurez. El español medio vive hoy inmerso en una atmósfera de inocencia, inducida por el poder político socialista, que, con el tiempo, puede convertirlo en víctima propiciatoria de cualquier Herodes.

Pelargonio do Peiral


     "La sabiduría política entra en España al paso, y sale a galope tendido."
     (Godofredo Rambouillet de Lexatin)




viernes, 4 de febrero de 2011

Pepiño cambia de hogar


Vida oculta de Pepiño Blanco
(Capítulo 2)



     Avanzando un poco más por el sendero que, años atrás, abrió el párroco de Santa Eulalia de Mogonzos, en mi propósito de daros a conocer la pintoresca vida de Pepiño Blanco, presumo que quien haya leído mi escrito anterior -el primero de esta serie, iniciada hace una semana- comprenderá que las brutales y constantes palizas que Pepiño recibió de su padre, desde el mismo día de su nacimiento, no podían tener buenas consecuencias.
     Una hermosa tarde primaveral, correspondiente a su cuarto mes de vida, Pepiño Blanco llevaba ya siete horas padeciendo el furibundo ataque de su padre, que contaba, como de costumbre, con el alegre acompañamiento de las carcajadas de su madre. Pues no debe ocultarse que, si Rosendo, en tales ocasiones, se transformaba en un animal de proverbial fiereza, Elvira, su digna hembra, no le iba a la zaga. Los vecinos rellenaban, mientras tanto, la quiniela futbolística comunal, del modo que quedó indicado en el capítulo precedente; esto es, atendiendo, para poner un signo, a la parte de la casa por la que Pepiño saldría despedido. Estaban pendientes del Real Madrid-Oviedo, cuando, a una retumbante serie de monumentales tortazos, siguió la luminosa expulsión de Pepiño  Blanco por la chimenea. Es decir, que, con su aparición, Pepiño alteró las inmutables leyes de la naturaleza, porque, en aquella ocasión, el trueno se adelantó al relámpago. Los vecinos pusieron un dos al partido; pero, como la potencia de las hostias recibidas por el niño superó el grado habitual, Pepiño ganó altura, y, cual si fuera un errático cometa, cambió de parroquia, y aún de provincia habría cambiado, si el viento le hubiera sido favorable. Los vecinos, que no habían acabado de rellenar la quiniela, fueron en su busca, y dieron con él en el pazo de una rancia familia, perteneciente a la parroquia de San Damián de Lamacido. El niño había entrado por el ventanal de un balcón, abierto al dormitorio conyugal de don Raimundo de Castro Seoane y Mombeltrán de Figueroa y doña Amalia de Andrade  Sotomayor y Lourido de Braganza, justo en el momento en que doña Amalia, arrodillada en un reclinatorio, imploraba a Dios, con ardiente fe, el hijo que el buen hacer de cama de su esposo no lograba darle. Cuando la devota dama se acercó a Pepiño, que, desde el noble lecho, le sonreía, vio en él la respuesta del cielo a sus muchos años de anhelante ruego, y, desde aquel momento de felicidad indescriptible, lo consideró hijo de su carne. 
     No obstante, pronto sabrás, admirado lector, que Elvira, sintiendo la llamada impetuosa de la sangre, reclamó, ante aquella rancia casa, su legítimo derecho sobre el niño, y que el pleito se llevó a los tribunales.


Tío Chinto de Couzadoiro

Enlace al Capítulo 3:   La sentencia
Enlace a "Vida oculta de Pepiño Blanco":   Los 39 primeros   



miércoles, 2 de febrero de 2011

La gran violada

     
     La Constitución española es una hermosa mujer de 32 años de edad -joven aún, por tanto- que, por su cuerpo lozano y su atractivo feraz, provoca, en el hombre, el deseo incontenible de violarla. Son muchos los políticos desalmados que, hasta hoy, han sucumbido a su encanto, y caído en tan aborrecible falta. Y serán muchos más los que, en un futuro próximo, vuelvan a hacerlo, porque nuestras leyes, al parecer, no protegen de violadores, como debieran, a la indefensa mujer. Lo diré de otro modo, con un símil culinario. Nuestra Carta Magna es, por su aplicación práctica, la carta de un restaurante de lujo, en que cada comensal pide de ella los platos que más le gustan, y descarta aquellos que no le agradan.
     Afortunadamente, no pertenezco a ninguno de los tres poderes cuya división conforma, desde Montesquieu, el ideal de las democracias avanzadas; pues, dada la grave situación que vivimos en España, tocante a nuestra realidad política, quizá sea lo deseable, más que un exhaustivo conocimiento de las leyes, una buena dosis de sentido común. Declara nuestra Constitución -esa atractiva mujer, tan cruelmente violada- que los españoles somos iguales ante la ley. De momento, no necesito saber más. Si, realmente, eso es así; si todos los españoles somos iguales ante la ley, me pregunto qué castigo debe corresponder al político que viola sistemáticamente la Carta Magna, cuando, después de haber violado yo una ley de poca monta, cae sobre mí el sólido peso del código penal. Puesto que las penas deben ser proporcionadas a los delitos, ¿qué castigo puede merecer el Presidente, de una comunidad autónoma cualquiera, que viola la Ley Suprema? ¿Qué fuerza moral puede tener un juez, para condenarme por algo nimio, cuando sabe que el Presidente del Gobierno -mi igual ante la ley- ni siquiera será juzgado por transgredir, tal vez, la Constitución? Nuestra democracia seguirá siendo de muy baja calidad, mientras la Constitución no pase de carta de restaurante de lujo, al servicio de cada comensal.

Barlovento Maciñeira